A menudo me gusta decir las metas son «la chicha» de la vida. Desde que somos pequeños y, a lo largo de nuestro desarrollo, vamos teniendo y variando nuestras metas, pero siempre vivimos acompañados de ellas. Verdaderamente, creo que no tenerlas haría la vida muy aburrida y nos haría ir «a la deriva», como el que se embarca sin rumbo.
De hecho, a mi me ha pasado. Por la circunstancia que sea, hubo un momento en el que no era capaz de encontrar mis propias metas, ni personales, ni profesionales, y recuerdo esta época como una de las más oscuras y tristes de mi vida.
Limitarse a vivir, no se puede llamar vida. Más bien es supervivencia, es limitarse a respirar cada día y si algo tengo claro es que yo no estoy aquí por estar porque, como se solía decir cuando yo era pequeña «estar pa’ na’, es tontería».
Una meta es un resultado general que queremos alcanzar a largo plazo: tener una carrera, conseguir el puesto de trabajo con el que sueñas, comprar la casa de nuestros sueños, formar una familia, etc.
La mayoría de metas que solemos tener durante nuestra infancia, adolescencia y los primeros años de nuestra vida de adultos son bastante convencionales, diría que son un poco genéricas, vienen marcadas en gran medida por la sociedad y el orden lógico del desarrollo humano. Sin embargo, una vez que alcanzas esas metas más «estándar», te toca pensar las tuyas propias.
Ahí fue cuando colapsé yo. Ya tenía todo lo que se suponía que tenía que tener: un puesto de trabajo estable, una familia, un hogar pero la gran pregunta era ¿y ahora qué?
A los 32 años no podía ser que hubiera completado todas mis metas, salvo la de comprar la casa de mis sueños que pintaba un poco imposible por aquella época. Eso me situaba directamente en la casilla de la apatía y me obligaba a vivir una vida sin «chicha». Tardé un tiempo, pero finalmente me di cuenta que, si ya no estaban ahí mis padres, o los cánones sociales para marcarme cuál era mi rumbo y qué metas debía tener, me iba a tocar pensar por mi misma. Establecer mis propias metas.
Me tocó buscar dentro de mi para obtener muchas respuestas. ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Cómo puedo?
En ese momento el mundo se hizo gigante y yo me hice muy pequeña. Podía elegir mis propias metas pero no tenía ni idea de cómo conseguiría llegar hasta ellas. Ya no había un plan pensado para mi, ya no había alguien o algo detrás moviendo los hilos, ahora me tocaba llegar por mi misma.
A menudo hablamos por igual de metas y objetivos y, si bien es cierto que son parecidos, no son lo mismo. Mientras que las metas son resultados que queremos alcanzar a largo plazo, los objetivos son acciones medibles a corto plazo que activamos precisamente como parte de la estrategia para alcanzar esas metas.
Dicho en palabras bonitas, las metas son el el final del camino, y los objetivos son los zapatos mágicos que nos vamos a poner para caminar con éxito hacia esas metas.
Por tanto, trabajar en planificar bien unos objetivos y elaborar un mapa para ir consiguiéndolos, nos permitirá alcanzar nuestras metas de manera más rápida y menos frustrante.
Y es que hay que contar con que ese camino que tenemos por delante, va a tener baches, desniveles, alguna que otra tormenta y paisajes algo desolados, pero cuando estemos en esos momentos del camino, habrá que seguir caminándolo con la motivación de alcanzar nuestra meta final.
Y aquí es donde aparece la palabra mágica que seguro que ya te ha costado más de un disgusto: MOTIVACIÓN. La responsable de haber dejado de lado tantas metas. Metas que te habías propuesto tú sol@ y que nadie te ha marcado, metas que elegiste al preguntarte quién eres, a dónde vas y qué quieres, y sin embargo metas abandonadas porque, debido a la falta de motivación, has terminado creyendo que no puedes.
La motivación juega un papel fundamental para que le pongamos «chicha» a la vida, y la única manera de lograr mantenernos motivados es a través de la consecución de nuestros objetivos, eligiéndolos adecuadamente y colocándolos a la distancia justa para ser alcanzables y estimulantes.
A veces pasa. A veces vivimos esas épocas oscuras y tristes. Forman parte del proceso. Pero en vez de abandonar, pide ayuda. Busca la motivación y si no puedes alcanzarla, no te exijas más para terminar dejándote de exigir todo, sólo pide ayuda a quien pueda echarte una mano y poner orden en esos objetivos y crear un plan perfecto para ti, para trabajar tus objetivos y alcanzar tus metas.
Recuerda, las metas son la «chicha» de la vida. ¡Echa toda la carne en el asador y vive la vida que mereces!
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